Dogen

1200 d.C. - 1253 d.C.
Dogen nació en una familia aristocrática que mantenía estrechos lazos con el emperador japones, comenzó a estudiar budismo en la secta Tendai, en el monte Hiei. Insatisfecho con los resultados, Dogen comenzó a estudiar la doctrina Rinzai con Eisai, fundador de esta escuela en Japón. Como los resultados tampoco eran los esperados, se marchó a China en el año 1223. Allí continuo estudiando la doctrina Rinzai con varios maestros chinos de esta escuela, sin embargo, sintiendo que la auténtica doctrina de Buda y Bodhidharma se había perdido, abandonó su búsqueda y decidio regresar a su pais.
En ese momento existían cinco sectas Zen diferentes: Soto, Ummon, Honen, Obaku y Rinzai por lo que la enseñanza estaba muy diluida e incluso presentaban contradicciones en los métodos de enseñanza entre una secta y otra.
Cuando Dogen estaba a punto de marcharse, tuvo un encuentro con Nyojo Tendo, un maestro de la secta Soto junto al que permaneció tres años.
El 1227, poco antes de morir, Nyojo concedió el Shiho a Dogen, reconociendo así su iluminación.
Dogen volvió a Japón ese mismo año con una única enseñanza, el Shikantaza, es decir, la posición sentada en concentración.
Sin koans, ni haikus, ni kensho, sin nada, únicamente sentado en la posición adecuada y con la máxima atención, Moshotoku (sin objetivo ni beneficio alguno), Dogen abandonó su cuerpo físico (falleció) durante la noche del 28 de agosto de 1253 a la edad de 53 años mientras contemplaba la luna.
Dada su prolífica obra y las características de la misma, es importante resaltar algunas cuestiones sobre ella.
Aún siendo un pensador original y único en la historia de la cultura oriental, Dogen negaba cualquier sugerencia de que estuviera fundando una nueva corriente - o tan siquiera que perteneciera a una secta. Aunque hoy pueda sorprender, repudiaba la denominación "SOTO ZEN" y se consideraba a sí mismo apenas un Budista.
En realidad, su filosofía es la tarea de recuperación de la esencia del espíritu original de la enseñanza del Buda Sakyamuni (según las traducciones también puede aparecer como Sakhiamuni), y su vida fue la materialización del alcance de esta meta.
Dogen expuso la llama viva y fundamental del Budismo, encendida entre las cenizas de las tradiciones y rituales que la ocultaban: las discriminaciones, que la mente racional impone a nuestra visión del mundo, nos impiden ver la realidad.
Para él no hay diferencia esencial entre monjes y laicos, entre lo Profano y lo Sagrado, entre los seres animados y los inanimados, entre la Iluminación y la Ilusión, entre Samsara y Nirvana, entre el individuo y el mundo, entre Buda y sus fieles, entre los sutras y los objetos de la vida cotidiana, entre ritual y sentimiento - así como no existe diferencia entre el Ser y el tiempo ya que, en este universo impermanente, ser es devenir.
Al deshacer la barrera entre lo Mundano y lo Sagrado, Dogen sacralizó la vida profana. La vida común y cotidiana pertenece al Satori - se podría decir todavía de modo más apropiado, que és el Satori. Siendo así, Dogen presta la misma importancia al acto rutinario que al ritual solemne, transformando las acciones banales (cocinar, comer, tomar té, asearse, limpiar) en oportunidades únicas y trascendentales de realización reiterada y continua del Dharma, en instantes de reafirmación del Satori. Dogen fue el primero en vislumbrar y en explicar claramente que no existe un minuto de la existencia que no sea una expresión viva de la realidad de la Iluminación intrínseca de todos los seres.
De este modo, las palabras de Dogen se presentan al estudioso como una experiencia renovada de lectura: nada de lo que él escribe es tan sólo lo que aparenta ser, aún cuando escribe al respecto de cosas que consideramos como triviales o sin importancia.
Absolutamente todo el trabajo de Dogen tiene un sentido más profundo, aún cuando enseña reglas de comportamiento para el uso de los baños o para servir la mesa.
Una de sus obras más cortas pero también de las más importantes y curiosas, es el Tenzo Kyokun, un manual de instrucciones para el cocinero del templo (el "tenzo"). Efectivamente, en el Tenzo Kyokun, mientras prescribe el número correcto de reverencias antes de servir la comida y la manera adecuada de limpiar el arroz antes de cocinarlo, Dogen está enseñando una profunda filosofía de vida, no sólo de relevancia en las cocinas de los monasterios, sino también en las cuestiones cotidianas de la vida de todos nosotros.
Para Dogen, todos los hombres están intrínsecamente dotados de la Naturaleza Búdica y de la Iluminación; y su única misión debe ser descubrir por sí mismos este hecho. Y para ello son fundamentales los principios de la ética Budista y la meditación. Para Dogen, ética, conocimiento y meditación son una sola cosa, los componentes de la práctica budista. Ninguno de esos elementos tiene sentido sin los demás.
Contrariamente a la creencia popular, para Dogen la Iluminación está al alcance de todos, monjes y laicos de hecho todos ya la poseen.
En su imprescindible obra Fukanzazengi ("Recomendación para la práctica universal del zazen"), Dogen propone la práctica tanto para laicos como para monjes.
Dogen fue un escritor sofisticado y un pensador original no siempre fácil de comprender. Así como eliminó la separación entre lo Sagrado y lo Profano, para él las palabras (o símbolos) constituyen también objetos y conceptos, instrumentos útiles en la obra de transformar el entendimiento del lector y aproximarlo al Dharma. Su estilo es denso, muy difícil de traducir, pues utiliza peculiaridades de la lengua y de la escritura de su tiempo para desplegar razonamientos a veces inesperados.
Dejó una obra relativamente extensa de la cual sobresale el mencionado Fukanzazengi y Shobogenzo, un libro compuesto por noventa y cinco ensayos sobre los más variados asuntos de la doctrina budista y de la vida práctica de los monjes y laicos.
Su enorme aportación filosófica, hace que Dogen sea considerado, aún hoy día, como uno de los más grandes pensadores de Japón